Hoy he regresado a la isla de Tabarca. Por fortuna, el día ha sido espléndido y he disfrutado de una preciosa jornada primaveral. La travesía de apenas treinta minutos en el pequeño y vetusto barco ha resultado distraída y amena. Como amena ha sido la conversación que nos ha dado el barquero, mitad en valenciano y mitad en castellano.
Con el sol elevándose sobre el horizonte y de cara a nosotros , apenas se podía vislumbrar el perfil de la isla desde lo lejos. Me ha llamado la atención el perfil rotundo de la iglesia que destaca sobre todo lo demás y las dos torres. ¿Dos?, si dos. Parece ser que en la ultima intervención (no estoy seguro si ha habido alguna anterior), se le ha añadido o devuelto la segunda torre que yo no conocía...
El pequeño puerto ha sido ligeramente mejorado en su aspecto. Una escollera reforzada , pavimentos renovados y una cubierta textil a modo de terminal , imagino que, para proteger al visitante del sol de justicia del verano.
Ya en el interior del recinto amurallado se aprecia que han empedrado algunas calles y que existen muchos edificios nuevos o rehabilitados. De alguna manera se asemeja un poco más una población de corte turístico que a un pueblo semi-abandonado en medio del Mediterráneo.
Pero yo no quería extenderme en este aspecto. No son muy frecuentes mis visitas a la isla por eso algunos lugares mantienen en mi el recuerdo de las personas con las que, en su día visite la isla. Uno e esos lugares es el torreón que se encuentra en la zona despoblada de la isla y que en la actualidad tiene un uso similar al de cuartel de la Guardia Civil. Su rotundidad formal y su gran tamaño le hace destacar en el perfil de la Isla Plana.
En cierta ocasión visite la isla con mi hermano Juan Antonio, que de todo sabía un poco, y nos acercamos al torreón. Estábamos por allí mirando cuando se nos ocurrió subir la escalera y asomarnos a la puerta que estaba abierta. A nuestro paso, salió un número de la Guardia Civil que “habitaba” el torreón. Mi hermano le preguntó que porque había tantas “chumberas” alrededor del torreón, a lo que el guardia respondió sin vacilar ni un segundo, que se habían plantado hace mucho tiempo como elementos defensivos... jejeje, todavía recuerdo la cara de asombro que puso mi hermano .
Al bajar las escalera y dar un paseo por entre las chumberas, me explicó que la respuesta del guardia estaba de acuerdo con su punto de vista y razonamiento de tipo militar, pero que él pensaba que , en realidad, se trataba de una plantación para el cultivo de la cochinilla. Un insecto que se empleaba principalmente para la extracción del colorante compuesto por dos sustancias conocidos como el carmín y el ácido carmínico. Un tinte natural que, por lo visto con el desarrollo de otros productos químicos, había caído en desuso.
Pero hoy, al pasar por esta zona de la isla, he recordado con nostalgia a mi hermano ya fallecido. He visto las chumberas en medio de una pradera verde y un día soleado con un horizonte azul del mar Mediterráneo y de aguas cristalinas que caracteriza el entorno de la Isla. He observado las chumberas cuando caminaba en dirección a una casa en estado ruinoso que había no muy lejos de allí. He mirado con detalle las grandes hojas que algunos llaman “ palas” y he visto que muchas de ellas se encuentran “tatuadas”. Tatuadas de alianzas amorosas. Tatuadas con dos nombres, uno de hombre y otro de mujer con una fecha que indica cuando se realizo la siembra...
La chumberas, además de ser elementos de defensa militar, alimento de la cochinilla del carmín; también son ahora un sembrado de promesas de amor ...Amores declarados al viento y al mar .