miércoles, 27 de abril de 2022

 

EL CAMINO Y CAMINAR


El 24 de julio del año 2021 llegabamos a Santiago de Compostela.

Cargados con nuestra mochila, muy cansados, pero satifechos.

La llegada a Santiago se consumaba con la entrada a la plaza del Obradoiro, al son de una gaita gallega que animaba al viandante que pasaba bajo el arco que da acceso desde la Rua da Acibecheria .


Habiamos andado cargados con nuestra mochila, durante seis días, de cuatro a seis horas diarias.

Comenzando a andar con la oscuridad de la noche y viendo como los campos se iban iluminando a medida que avanzaba el amanecer. A veces abrigados por la niebla, a veces bajo la lluvia .


Nada nos distraia de una unica ocupación ; andar, y seguir andando.

Andar y andar, sabiendo que, en el camino, un paso andado era un paso menos para llegar a nuestro destino.

En las cuestas arriba, me veia obligado a hacer detenciones momentaneas forzadas por la falta de aire en mis maltrechos pulmones. Detenciones que me obligaban a soltar lastre pidiendo a mis acompañantes que siguieran a su ritmo y que yo ya los veria más adelante.

Caminando con un ritmo forzado de respiración, inclinado el cuerpo hacia adelante para hacer fuerza con los brazos y los bastones, mientras caen las gotas de sudor por la frente.

A veces me sentía culpable por no ser capaz de llevar el ritmo de mi acompañante. Cierto que habia 31 años de diferencia, pero yo habia estado entrenando varias semana antes.

Lo cierto es que cuesta abajo con fuertes pendientes, con sol, con lluvia, con niebla. Nada nos iba a detener. Nada. Nada. Nada.


En ningun momento pasó por nuestra mente  pensar que no ibamos a conseguir llegar.

Teniamos la certeza como la muerte, que un dia llegará, que llegaríamos a Santiago y , ciertamente, llegamos.


Y sucedieron muchas cosas. Cosas que son dificiles de narrar. El caminar cambió algo en nuestras vidas.

Caminante no hay camino; se hace camino al andar...

En este domingo, día soleado y frio de mediado el mes de enero; me he levantado de la cama tarde.


En realidad me ha despertado el teléfono que estaba sobre la mesilla de noche. Ha sonado y me ha sobresaltado porque en la pantalla de la llamada aparecía el nombre era uno de mis hermanos.


Lo primero que me ha venido a la mente es que había pasado algo. Pero no. Solo era una llamada para preguntar si estaba bien pues eran las 10,30 de la mañana y no había enviado la fotografía del amanecer que normalmente suelo enviar de 7,20 a 8,30 de la mañana, dependiendo de si es día laborable o festivo.

En realidad anoche había tenido cena romántica en casa y se había hecho muy tarde cuando me fui a la cama. Así, que hoy no tenía prisa por levantarme.

Pero mirando el día tan estupendo que se veía por la ventana, pienso que hay que aprovecharlo y cojo cita previa para  las 12 de la mañana para la piscina, sin perder tiempo, preparo la mochila de la piscina y la de la playa y salgo a la calle.

Hace un sol espectacular aunque el día esta frio. Unos ocho grados... Como ya es habitual con la mascarilla en la boca cojo el coche, saludo a mi perrita de peluche que va en el salpicadero, enciendo la radio, suena música country y pongo el volumen muy alto.

He llegado al pabellón de deportes de la universidad, busco en mis bolsillos la tarjeta de acceso y enciendo el teléfono móvil y busco el Certificado de vacunación. Paso el control de acceso y me dirijo al vestuario de la piscina. Apenas hay dos personas cambiándose. Unos que salen y otros que entran. Son las 12,15 de la mañana. Abro la bolsa y saco las chanclas, las pongo en el suelo y empiezo a quitarme toda la ropa que llevo puesta.

En pocos minutos ya estoy con el traje de baño puesto, el gorro y las gafas.., y los tapones de cera para los oídos. Guardo la bolsa de deporte con la ropa en una taquilla y salgo a la sala de la piscina.

Se nota un ligero calorcito en este lugar. Por el amplio ventanal de uno de sus lados entra el sol a través de los cristales. Saludo con la mano en alto al socorrista, que está dentro, de su jaula de cristal en lo alto, controlando lo que sucede en la piscina. Me dirijo a una de las duchas que hay en un lateral y pulso el grifo para que salga el agua. Sale un gran chorro de agua calentita.

Noto como el agua me cubre la cabeza, la espalda, las piernas y deja un rastro de calor hasta caer al suelo. Es una gozada, estoy unos segundos bajo el agua de la ducha mientras miro a la piscina a ver qué calle se encuentra libre.

Hay una persona en cada calle menos en una, la última que esta junto a la pared del vaso de la piscina. Me dirijo a esa calle, me pongo las gafas y me las ajusto bien para que queden herméticas. Por fin me tiro a la piscina…

Un ligero cambio de temperatura abriga todo mi cuerpo mientras, bajo el agua, veo los rayos de sol que entran por el ventanal iluminando todo el fondo de la piscina. El agua trasparente y cálida envuelve todo mi ser mientras la sensación de ingravidez hace volar la imaginación y los recuerdos.

En ese momento no necesito nada más; lo tengo todo y gozo con cada brazada, con cada respiración, con estar viviendo ese instante. Pero la mente, no para ni un momento y llega a mí el recuerdo de una canción, un romance que mi madre, fallecida hace unos años, nos cantaba cuando éramos niños. El Romance del Conde Olinos. Todavía soy capaz de oír la voz de mi madre cuanto la cantaba:

Madrugaba el Conde Olinos mañanita de San Juan a dar agua a su caballo, a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe, canta un hermoso cantar, las aves que iban volando se paraban a escuchar.
Bebe, mi caballo, bebe, Dios te me libre de mal, de los vientos de la tierra y de las furias del mar.
La reina lo estaba oyendo desde su palacio real. Mira, hija, como canta la sirena de la mar.
No es la sirenita, madre, que esa tiene otro cantar, es la voz del Conde Olinos, que me canta a mí un cantar.
Si es la voz del Conde Olinos, yo le mandaré matar, que para casar contigo le falta la sangre real.
No le mande matar, madre, no le mande usted matar, que si mata al Conde Olinos, a mí la muerte me da.
Guardias mandaba la reina al Conde Olinos buscar, que le maten a lanzadas y echen su cuerpo a la mar.
La infantina con gran pena no dejaba de llorar; él murió a la medianoche, y ella a los gallos cantar.
A ella como hija de reyes la entierran en el altar, y a él como hijo de condes cuatro pasos más atrás.
De ella nació un rosal blanco, de él nació un espino alvar; crece el uno, crece el otro, los dos se van a juntar.
La reina, llena de envidia, ambos los mandó cortar, el galán que los cortaba no dejaba de llorar.
De ella naciera una garza, de él un fuerte gavilán, juntos vuelan por el cielo, juntos se van a posar 

Pero tengo la costumbre de desviar el hilo de la narración por derroteros imprevisibles, cuando en realidad, aquí lo que voy a contaros es una etapa del Camino de Santiago.

En realidad la primera, de las programadas, quizás de las más duras. Y yo me pregunto porque dicen que el camino engancha… Es verdad que se dice. 

Y yo creo que engancha porque solo tienes que preocuparte de caminar, de seguir caminando, de ir avanzando. Nada te distrae, solo un paisaje natural espectacular.

La única preocupación es dosificar tu esfuerzo para no tener que parar, para subir una cuesta muy empinada sin desfallecer, o para bajar un monte sin coger demasiada velocidad.



Ha sonado la alarma de despertador en el móvil. Son las 5,50 de la madrugada. Enciendo la luz y me acerco a la cama de mi compañero para decirle que es la hora de levantarnos. 

Sin apenas entretenernos, nos vestimos, recogemos el equipaje y bajamos silenciosos por la escalera de peldaños de madera procurando no hacer ruido para no despertar al resto de los huéspedes. Aunque se ve luz en las rendijas de las puertas de las habitaciones que hace pensar que también han madrugado. Dejamos la llave en el mostrador de recepción, pues no hay nadie en ella, y salimos a la rúa Maior buscando algún bar para desayunar.

La calle peatonal, silenciosa, se va poblando de gente como nosotros, cargados con sus mochilas y bastones en las manos. Enseguida vemos un bar con las luces encendidas y abierto con unas mesas en la calle.

Nos sentamos en una de las mesas del exterior y pedimos café con leche, croissant y zumo de naranja. Mientras desayunamos observamos que hay gente de todo tipo; edades, complexión física... que están haciendo el camino. Las mochilas y los bastones son señas de identidad... Nos llama la atención ver a gente muy mayor y a la vez, a chicos jóvenes que van en grupos, gente de mediana edad en familia... 


Sobre la siete menos cuarto comenzamos a andar e  iniciamos el camino. Suponemos que el camino va en dirección ascendente porque vemos a la gente andar hacia allí. Antes de salir de la población vemos un rótulo de gran tamaño con el nombre del lugar: SARRIA y comenzamos haciéndonos una foto tras el mismo.

Comenzamos a andar y enciendo una aplicación en el teléfono movil para ver si nos orientaba sobre el camino a tomar. Nos damos, al  cuenta al poner el GPS de que nos hemos equivocado de camino y retrocedemos un tramo hasta ver una flecha amarilla,... ya vemos gente caminando en otra dirección. A partir de ese momento casi solo tenemos que seguir las flechas de color amarillo que vamos encontrando pintadas por todas partes, en paredes , suelos, monolitos...

Después de una bajada nos encontramos una zona llana por donde caminamos apaciblemente. Son las siete y cuarto y ya ha amanecido, pero una ligera niebla no deja ver el sol. Caminamos por un camino de tierra rodeados de abundante vegetación y frondosos árboles. El camino se torna paralelo a una vía de ferrocarril. Y tras cruzarla comenzamos a subir. El suave llano deja lugar a una fuerte y prolongada cuesta. La pendiente es muy fuerte, de tal manera que tengo que parar a recuperar aire de vez en cuando. Empiezo a notar el peso de la mochila en mi espalada y la utilidad de los bastones.

Mi compañero ha subido mejor que yo y me espera en lo alto. Hacemos un pequeño receso para hacernos unas fotos en un hito de los que señalan el camino y la distancia que resta hasta Santiago. Sobre un horizonte llano se aprecia el color el amarillento de la hierba seca segada, con un fondo de grandes árboles y un perfil difuminado por la niebla que diluye la masa de árboles con el infinito del cielo.. 

A partir de ahí el camino discurre con suaves bajadas y subidas. El sol sale y deja ver colores verdes luminosos, y a veces brillantes, maizales, campos de berzas... algunos caballos en los prados que se les nota distraídos con el rio de gente peregrina que transita por el camino. 

A veces tengo la sensación de que vamos de excursión, es un rio de gente, casi como una gran romería...Comienzo a escuchar el saludo habitual: “Buen camino “cada vez que alguien se pone a tu altura o te adelanta . 

Encontramos el primer lugar donde te sellan la cartilla credencial. Es una casa llena de suvenires de Santiago que la atiende un “moro”.Este es un señor que pretende venderte algo de su tienda a cambio de ponerte el sello. Después de darnos cuenta de ello, decidimos que no queremos nada y que ya sellaremos en otro lugar. 

Ya llevamos unas horas caminando y encontramos un albergue bar con una amplia zona exterior con mesas para sentarnos y reponer fuerzas...Mi compañero se pone en la cola para pedir el refrigerio y yo busco un lugar donde sentarnos mientras vigilo las mochilas. Encuentro una mesa rectangular donde hay sentadas varias personas pero quedan dos asientos libres, les pido permiso para sentarnos allí y entablo conversación con ellos mientras llega el desayuno.

Aprovecho para hacer unos estiramientos de talones y gemelos que había estudiado antes de emprender el camino como remedio para aliviar las sobrecargas en las piernas. Antes de marcharnos de allí veo que hay un puesto de autosellado de la credencial y aprovechamos para poner el sello.

Estamos en Peruscallo provincia de Lugo. Por el camino coincido muchas veces con una chica que lleva un perro galgo. El perro camina suelto a su lado. Unas veces les adelanto caminando, otras al revés... Ya me ocurre lo mismo con más gente, les veo pasar... les paso caminando. De alguna forma ya somos familiares, nos deseamos buen camino, nos damos ánimos. 


Ya son las 12, 27 horas de la mañana. Llevamos un buen rato por un camino descendiente. Una bajada bastante prolongada. A lo lejos se divisa un pueblo de edificios blancos y con una fisonomía de ciudad moderna. Pienso que se debe tratar de Porto Marín. Me llama la atención que parece una ciudad moderna con edificios en altura y un urbanismo planificado... 

Llevo un rato caminado solo, paso junto a una a una marquesina de una parada de autobús donde están sentados un hombre y una mujer mayores, octogenarios, vestidos de negro y que al saludarles me siguen con la mirada y me desean Buen Camino. 

Un poco más adelante me encuentro a mi compañero que me espera. Caminamos juntos por un camino descendente. La pendiente es prolongada y pronunciada. Llegamos a un angosto y complicado tramo donde es preciso agarrarse a las paredes o apoyarse en los bastones para bajar con seguridad. A pesar de ello el lugar es bonito. Tras un pronunciadísima bajada, el camino cruza la carretera y discurre por un lateral de la misma. Desde allí se divisa una bonita vista de la ciudad al otro lado del rio Miño que en esta zona es un embalse. 

Nos llama la atención una especie de mirador donde hay instalada una campana: Liberty Bell. Nos detenemos y, con el pretexto de hacernos unas fotos, descargo un momento la pesada mochila de mi espalada. 

Ahora, en casa, en el momento de escribir esto,  le he preguntado a Google por esa campana y he encontrado una noticia “Una campana, situada sobre un monolito, hermana a los municipios de Portomarín y O Vicedo y crea un vínculo de unión entre el Camiño Francés y la Costa lucense. "Os pereginos que a toquen non só anuncian a súa chegada a Portomarín, senón que fan a promesa de achegarse ao Fuciño do Porco, un dos referentes paisaxísticos do noso litoral"


Desde este lugar se divisa un puente con unos pilones muy esbeltos y una plataforma muy elevada sobre el nivel del agua debido al bajo nivel de las aguas. También hay otro puente más bajito , resuelto con arcos y que está en desuso, porque , normalmente estaría bajo el nivel del agua. Cruzamos el puente y nos encontramos con Porto Marín.

Bueno, con la entrada del pueblo, que nos recibe con una empinadísima escalera por donde vemos subir a los peregrinos cargados con sus mochilas.  

Son las 12,47 y por el camino hemos tenido la noticia de que había peregrinos confinados en un albergue en Porto Marín por haber dado positivo en covid. Decidimos buscar alojamiento directamente en habitación independiente en hotel, hostal o pensión, dado que los albergues estaban reducidos al 30 por ciento de su capacidad por normativa sanitaria y el riesgo de que alguien diese positivo y nos dejasen confinados. 

Después de un par de llamadas telefónicas, tenemos suerte y encontramos una habitación doble no muy lejos del lugar donde estamos. 

La pensión Baoavista se encuentra en la calle del peregrino, en una de esas viviendas adosadas de planta baja y planta alta, hace esquina y también tiene acceso por la Rua Diputación. Nos instalamos, nos quitamos las zapatillas y nos quedamos descalzos un rato sobre las camas..., en mi caso, era la primera vez que caminaba 25 kilómetros. 

El cuarto de baño es compartido y se encuentra fuera de la habitación en la puerta de enfrente. La habitación tiene una ventana con unas vistas amplias sobre una verde pradera y el río Miño. 

Al salir de la habitación, preguntamos en la recepción a la señora que nos había atendido donde podemos ir a comer y nos indica que en la plaza hay varios restaurantes donde se come bien. Bajamos a la calle y enfilamos la subida por la rúa Diputación hacia la plaza Conde Fenosa. Una plaza con varios edificios singulares entre los que destaca una iglesia con aspecto de fortaleza, la iglesia de San Nicolás. ( la iglesia de San Nicolás, de estilo románico levantada por la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, cuyas piedras fueron numeradas y ensambladas de nuevo en su actual emplazamiento ). Que, al igual que todo el pueblo había sido trasladado allí con motivo de la construcción del embalse de Belesar en el rio Miño allá por el año 1962. 

Junto al edificio del ayuntamiento encontramos un restaurante llamado Posada del Camino con una zona exterior porticada, bajo la cual tienen una terraza en la que da sombra. Mientras miramos la carta escrita en una pizarra una señora ha terminado de comer y nos ofrece su mesa que dejará vacante una vez que le cobren, a la vez que nos dice que allí se come muy bien.

Nos sentimos satisfechos de estar sentados, disfrutando de la sombra en este día soleado y radiante del mes de julio, mientras contemplamos el imponente templo de la Iglesia de San Nicolás que capta nuestras miradas. Pedimos comida local; Caldo gallego, salmón con patatas fritas, comida muy abundante y nos daban la opción de repetir en algún plato si nos habíamos quedado con hambre... 

Al terminar la comida, nos vamos a la pensión a descansar un rato y dormir la siesta, la barriga llena y la cerveza, junto con el madrugón y la caminata... nos pedían un rato de relax. 

Hemos entornado la ventana para que deje pasar el aire y no entre demasiada luz. Mi cama esta junto a la ventana y puedo ver por la rendija de las dos hojas entreabiertas. Contemplo unos frondosos árboles que dan una estupenda sombra y sobre la hierba hay una chica joven tumbada. Un poco más allá cuatro personas están merendando alrededor de una mesa. Aunque estoy cansado, no es posible conciliar el sueño. Me mantengo un rato tumbado en la cama, con los ojos cerrados, hasta que mi compañero deja de roncar y se levanta. Nos levantamos y salimos a tomar algo fresco y dar un paseo. Son las 7 de la tarde...Subimos por la rúa Diputación y al llegar la plaza giramos hacia la izquierda paseando bajo unos soportales por la calle General Franco. Encontramos una heladería y pasamos a pedirnos un helado. En la puerta de la heladería veo una foto antigua del pueblo antes del traslado de los años sesenta. Viendo la fotografía comentamos algo en voz alta y pasa a nuestro lado un señor mayor que nos dice que si estamos interesados en ese tema que le acompañemos... Le seguimos caminado bajo los soportales por la calle General Franco, calle arriba, y en la misma acera, pero ya en la plaza del Conde Fenosa saca unas llaves de su bolsillo y abre una puerta acristalada y nos invita a pasar. Entramos y vemos un montón de fotografías antiguas del antiguo pueblo en su localización junto al rio. Allí abajo a la altura del antiguo puente romano... Fotografías de calles, edificios, plazas, fiestas. Este señor había sido el fotógrafo del pueblo y durante muchos años había hecho fotografías de la vida y el lugar. En el momento de escribir esto he buscado en internet y he encontrado documentación sobre este señor. Se trata de Pepe López , conocido como Pereira que a sus 93 años nos comentaba cada detalle de las fotografías. Si deseas curiosear un poco, te recomiendo pinchar en este link que te remite a una noticia de La Voz de Galicia de septiembre de 2021. https://www.lavozdegalicia.es/noticia/lugo/portomarin/2021/09/04/span-langglretratei-casa-casa-pobo-vello-pedra-pedra-traslado-da-igrexaspan/0003_202109L4C8991.htm 

Nos hemos terminado el helado mientras contemplábamos entusiasmados las fotografiase del antiguo Porto Marín, a la vez que atendíamos a las explicaciones del señor Pereira. Le damos las gracias y salimos con intención de visitar el lugar donde estuvo el pueblo ya que el descenso del nivel del agua en el embalse había dejado a la vista el antiguo puente , el malecón y restos de los muros de piedra de las edificaciones. Bajamos por la avenida de Sarria y al llegar a la altura del puente encontramos unas escaleras junto al albergue juvenil Benigno Quiroga y, por ahí, descendemos hasta la orilla del antiguo puente que estaba al descubierto ya que el nivel de las aguas, en esos momentos, era unos metros más abajo de su coronación. Hace una tarde calurosa, aunque ya estemos a las ocho de la tarde, me quito la camiseta y me quedo con el torso descubierto, me hubiese apetecido darme un baño en las tranquilas y pacificas aguas en las que no se movía ni una brizna de viento. Sólo a lo lejos se divisaba una canoa de color naranja a remos de algún aficionado al deporte náutico. Paseamos contemplando piedra a piedra y preguntándonos por las vidas de los miles de peregrinos que habrían pasado por allí. Paseamos sobre el lomo del antiguo puente sintiéndonos pequeños ante las pilas enormes del vecino puente de hormigón que se construyó con el nuevo pueblo.... Continuamos viendo restos de edificaciones, muros de piedra erosionados por el agua que todavía permiten identificar los lugares de las distintas casas que hubo. Descubrimos los restos, la plataforma, restos del templete de los músicos de la plaza. Lugar donde se celebraban las fiestas y se convocaban los lugareños para eventos señalados. Sentado sobre una piedra contemplando la serena tranquilidad del lugar, aparece un señor entrado en años, sobre un quad de tracción a las cuatro ruedas que circula muy despacito entre las piedras y sobre la arenosa rivera del lugar. Se detiene y nos saluda. Entramos en conversación y según nos relata, el había nacido y vivido en ese lugar y todavía venia de vez en cuando a ver los restos de lo que fue la casa de su familia. Nos contó que existío un barquero que hacia servicios para cruzar el rio, la gente que permaneció en su casas hasta el último momento, en que el nivel de las aguas ya iban a cubrirlas... El sol ya está bajando y hay algunos lugares en sombra por los montes que nos rodean... decidimos subir al pueblo nuevo por el mismo camino que hemos venido. Al llegar a la puerta de nuestra pensión vemos que al lado hay un bar que tiene una terraza en la pradera de enfrente y nos sentamos a tomar algo fresco. La verdad es que la temperatura rondaría los treinta y tres grados... Encontramos una mesa libre y nos sentamos. A nuestro lado había otra mesa con unas cuatro o cinco personas. Bueno; peregrinos... se les notaba por su acento andaluz, madrileño, cualquier cosa menos gallego. Además muy sociables. Enseguida entablamos conversación mientras nos tomábamos el granizado de limón. En aquella mesa se habían juntado unos primos que Vivian en ciudades lejanas y se habían encontrado casualmente haciendo el camino de Santiago sin saber que ambos iban a hacerlo. También estaba Cristina que casualmente era de Castellón. Había una jovenzuela que tenía mucho interés por mi amigo. Se la notaba ávida y vivamente emocionada cuando descubrió una afición común por el cantante El Barrio.