Seis mil ochocientos dieciocho kilómetros
recorriendo calles de Alicante, carreteras , pistas de tierra, caminos rurales,
vías verdes. Subiendo y bajando montañas. Ya no recuerdo cuando me aficioné a
ella, seguramente la tome en serio hace tres años... Con la espalda mojada por
el sudor, la frente empapada y goteando sobre el cristal de la gafas... Se
llamaba Anacletta, era pesada, muy pesada, no era atractiva, pero me acompañaba
al trabajo, a la piscina, a la playa, y a todos los lugares donde yo quisiera llevarla.
El jueves día nueve de agosto la lleve a la piscina del Tossal. La deje en la
puerta. Cuarenta minutos después cuando salí Anacletta ya no estaba. Me la han habían
robado. Pero no solo me han robado a Anacletta ; también me han robado la
libertad de moverme en bici en mis desplazamientos urbanos y cotidianos. Ya no
me fio. Dos cadenas gruesas no han sido suficientes.
En esa foto, la última que tengo de ella, unos días antes de ser robada, se apoya sobre un poste a la entrada de la necrópolis mediaval de Sieteiglesias en la provincia de Madrid.