Bajo el cielo gris de un día frío de
febrero manchego. En lo alto de la sierra de los molinos de viento
del Campo de Criptana.
Confundidos con los turistas domingueros hemos
accedido a uno de esos gigantes que cita Don Quijote para atender las
explicaciones de una joven guía que con ánimo y entusiasmo nos
expone cada uno de los entresijos que componen esa gran máquina, su
arquitectura y su función comprenetrados para la molienda del trigo
y otros cereales cultivados en la zona.
El viento, supongo que uno de los doce
que tienen catalogados en el lugar, sopla frío y nos encoge de
hombros mientras contemplamos un horizonte de suave terreno y unos
erectos molinos de viento que emergen rotundos, blancos , estáticos,
imponentes, impresionantes.
Uno de los molinos ha sido vaciado en
su interior de todo mecanismo de la molienda y en su lugar se ha
instalado un museo de una de las hijas del pueblo. Sara Montiel. Saritísima. Sara. Una gran artista que en su época brilló
internacionalmente y que no hace mucho tiempo nos dejó. En el 2013 creo que
nos dijeron. Para mi Sara , junto con Lola Flores, la Claudia
Cardinale o la Brigitte
Bardot
forman parte de la imagen del mundo que yo percibía en mi niñez.
Bueno el mundo del artisteo o famoseo... Pobre de mi; inmerso en un país nacionalcatólico donde con la censura nos nos dejaban ver los
besos en las películas...
Sin
querer, la visión de los carteles de las películas de la Sara me ha
llevado a recuerdos de mi infancia y adolescencia... También me ha
recordado que la vida a la que, hoy por hoy, tenemos acceso, tiene un
comienzo y un fin. Un nacimiento, un esfuerzo, un esplendor, una
decadencia y un final.
Pero
en realidad, cuando empecé a escribir este relato me puse música de
fondo de cantos gregorianos y ello me ha llevado por una historia
subordinada que se aleja del hilo conductor origen de esta idea
inicial.
Así que volvamos a nuestra fría mañana de domingo en el febrero
manchego. En realidad me había despertado en Consuegra. Muy pronto
tras una noche en la que el sueño brilló por su ausencia, o al
menos no fue capaz de vencerme. Donde la sucesión vertiginosa de
acontecimientos del día anterior no cesaban de proyectar imágenes
de hechos , lugares y personas que conducían al lugar donde me
encontraba sin dejarme llevar a los brazos de Morfeo.
Así , en
cuanto el amanecer y las nubes que cubrían el cielo dejó entra algo
de luz , salí de casa abrigado y con paraguas en mano con idea de
fotografiar el amanecer o al menos el horizonte al amparo de los once
molinos de viento que dominan el paisaje de este histórico lugar.
Subí
paseando monte a través hasta uno de los molinos que hace las
funciones de oficina de turismo y allí saqué mi móvil para hacer
unas fotos quitándome los guantes aguantando un frío y seco viento
al que no estoy acostumbrado.
Descubrí unos encuadres fotográficos
de un molino y la impresionante cúpula de una de las dos iglesias
que sobresalen del skyline de Consuegra.
Sin
darme cuenta el tiempo había pasado rápido y es la hora de bajar al
pueblo a desayunar y entrar en calor. Allí en un hotel rural muy
bonito y acogedor donde la noche de antes habíamos cenado un numeroso grupo de amigos. Como su nombre indica La
Vida de Antes, te
transporta a otra época en la que la vida era más sencilla y más
pausada.
Y
después de todo esto... Seguramente alguien se preguntará ¿por qué razón he regresado a Consuegra?... Pero esto será objeto de otro
relato. De momento os invito a acercaros a este mágico lugar
manchego. Seguro que algo comprenderéis de la razones de este
escrito.