Esto es lo que escribía J.A.R con motivo de una fustrada exposición de pintura del Pintor Miguel Ángel Ramírez
No son meros desahogos autobiográficos, pues aunque es evidente que están ahí algunas preocupaciones vitales y sociales de su autor (como ocurre con las drogas, el multiculturalismo o la violencia de género), no me parece que debamos ceder a la fácil tentación del psicologismo para buscar las claves de lo pintado en el inconsciente más o menos profundo de su autor. Me satisface más ver estos cuadros en un contexto histórico, insertándolos en las diversas tradiciones de la pintura moderna. Miguel Ángel Ramírez siente predilección por la corriente surrealista de carácter figurativo, pero dentro de esta línea cultiva una sorprendente variedad de registros visuales: hay transparencias de figuras en espacios infinitos (¿ecos remotos de Dalí?) en trabajos como Silencios; elementos flotantes y entes monstruosos (Sobre la faz, Consumido por la droga...); abundantes formaciones ameboides en la tradición biomórfica de un Jean Arp (Óvulos a la deriva, Relente de sol, Conexiones, Espacio de color...), etc. Muy impactantes son otras obras donde la farsa y la declamación expresionista nos hacen pensar en los trabajos “españoles” que ejecutó André Masson en los años treinta. Pinturas como la ya mencionada Consumido por la droga, o El espíritu y la carne, poseen, en efecto, un grado tan alto de patetismo, de desgarrada brutalidad, que podríamos acuñar para ellas la denominación de esperpentos surrealizantes.
O sea, que estas pinturas evitan la ñoñería y la fácil “amabilidad”. No están hechas para complacer a los decoradores más frívolos del barrio sino para remover algo escondido de nuestra conciencia profunda. Poseen también un simpático humorismo, más o menos soterrado (muy obvio en algunas ocasiones, como en ese hilarante Las castañuelas de la baronosea), y una notable vena lírica con la que consiguen transmitir siempre una poderosa alegría de vivir.
¿Revelan indecisión estilística? Yo creo que deberíamos hablar más bien de su gran riqueza de soluciones, y de la falta de prejuicios lingüísticos. Miguel Ángel Ramírez no está atado (a diferencia de tantos otros), a la tiranía de su propio estilo. Figurativo y abstracto, amigo de todos los grandes del arte moderno (sin desdeñar a la corriente geométrica) pinta lo que le da la gana con desparpajo, talento y valentía. No está contaminado por lo peor de sistema del arte. Es bueno que alguien como él nos enseñe, de vez en cuando, cómo se conjugan las palabras arte y libertad.
J. A. R.
14.9.06
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