Paseaba por la orilla del mar. Por la playa, mojándome los pies en el todavía caliente agua del mes de octubre. El sol, ya más suave que el del tórrido verano, calienta mi cara y levemente me deslumbra. El agua cristalina y transparente deja ver el liviano fondo de arena.
El mar está tranquilo y las olas llegan a la orilla muy tenues, livianas, ligeras. Lentas y morosas bañan la orilla como los morosos besos de quien está enamorado. El mar moja mis pies, me acaricia y me invita a pasear en esa zona húmeda y seca, que cada ola deja virgen al retirarse. Tierra de nadie; quizás en exclusiva, de ellos : el mar y la tierra.
Por un momento, he sentido la impresión de que estaba siendo mecido, abrazado. Que giraba y daba vueltas. Que no había tiempo y no iba a ninguna parte. Que bailaba con el mar.
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